x Frei Betto /La Haine

 

Todos somos dependientes de Google, Apple, Amazon, Microsoft, Facebook y, ahora, Netflix. Y no hay manera de escoger libremente: nuestros smartphones solo funcionan con los sistemas Android e IOS.

 

Todo el Occidente está colonizado hoy día por las corporaciones digitales. Ellas saben lo que pensamos y lo que nos gusta. No es casual que el valor de mercado de Apple y Amazon ya llegue al billón de dólares cada una. Casi la mitad del PIB brasileño de 2017.

 

Esa concentración de poder no ocurre en ninguna otra esfera de la actividad humana. Y poco nos importa, ya que los recursos que nos ofrecen son útiles y cómodos.

 

Según el Foro Económico Mundial, entre los 20 gigantes de la economía digital no aparece ninguna empresa europea. Las cinco mayores son “made in USA”: Apple, Amazon. Alphabet (Google), Microsoft y Facebook. El sexto y el séptimo lugares los ocupan dos gigantes chinos: Alibaba y Tencent.

 

Todas esas empresas invierten enormes sumas en innovación tecnológica y, en especial, en el terreno de la inteligencia artificial. Putin declaró en 2017 que el país que obtuviera el liderazgo en la inteligencia artificial sería “el dueño del mundo”.

 

Es en Silicon Valley, California, que se urde la estrategia capitalista de la manipulación de emociones y elecciones, como hizo la empresa británica Cambridge Analytica con datos de Facebook, y los bots rusos (cuentas falsas que funcionan automáticamente) en las elecciones de Trump y Bolsonaro, y en el referendo sobre el Brexit.

 

Todas esas poderosas empresas nos ofrecen cada vez más entretenimiento y menos cultura, más información y menos conocimiento. Cultura es lo que enriquece nuestra conciencia y nuestro espíritu. El entretenimiento les “habla” a los cinco sentidos y, por lo general, carece de valores. En él los “valores” son la exacerbación del individualismo, la competitividad, el consumismo y el hedonismo, regados con una buena dosis de violencia.

 

Cuanto más controla la hegemonía ideológica ese oligopolio digital, y más controlan las finanzas las grandes corporaciones bancarias y las instituciones como el FMI, menos democracia hay en el mundo. Todo conspira para que aceptemos la propuesta del sistema: cambiar libertad por seguridad. Según la óptica del sistema, basta echar un vistazo alrededor para comprobar que todo respira violencia: el noticiero de televisión, las novelas y las películas; los memes de internet y los mensajes de Facebook; la delincuencia en las calles y la inseguridad permanente del ciudadano. Entonces, sugiere el mensaje subliminal, entréguese a quien se deshace de un manotazo de la tolerancia y las convenciones de derechos humanos y vivirá en un mundo seguro, donde nada ni nadie lo amenazará.

 

Como la base del sistema es el consumismo compulsivo, los oligopolios ponen a funcionar sus algoritmos para saber cómo se identifica usted con millones de personas en busca de determinado producto. Si tiene gripe y se lo comunica a sus amigos en su red digital, y otros responden que también están con gripe, y las palabras “gripe”, “resfriado”, “tos” se multiplican por millones en la web, los oligopolios captan esa información y se la pasan a laboratorios y farmacias que, a su vez, aumentan la propaganda y los precios de los medicamentos en la región donde se detectó la epidemia de gripe. El mercado sí que es capaz de asegurarle bienestar y felicidad.

 

Cuando se abre Google para realizar una búsqueda, aparecen numerosos anuncios, pues son ellos los que sostienen al poderoso oligopolio. Si se busca, por ejemplo, “Cómo viajar a la Amazonia”, aparecen varias informaciones, y, al pie de la página, una secuencia numérica que indica que hay otras que contienen más datos. ¿Cuál es el criterio para que una información figure en la primera página? ¡Pagar por eso! Por lo general, la respuesta a su búsqueda aparecerá en la primera página en forma de paquetes turísticos y empresas de transporte.

 

Los gigantes digitales amoldan al mundo a imagen y semejanza de lo que hay de más sagrado para el sistema: el mercado y sus astronómicas ganancias, de las que se apropia la selecta secta de los brujos que transforman la información virtual en dinero real.

 

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