x James Petras Conclusiones del artículo original traducido y publicado por La Haine

 

El periodo más reciente en que el poder global de los EEUU llegó a su punto más alto, la década de 1989-1999, ya contenía las semillas de su declive y de los recursos hoy utilizados de guerras comerciales, sanciones y amenazas nucleares.

La estructura del poder global estadounidense se ha transformado a través de las pasadas siete décadas. La construcción del imperio global comenzó cuando los EEUU tomaron el control de la reconstrucción de las economías de Europa Occidental y ocurrió el desplazamiento de Inglaterra, Francia, Portugal y Bélgica de los territorios de Asia y África.

El imperio se extendió y penetró en América del Sur por la vía de las corporaciones multinacionales. Sin embargo, la construcción imperial estadounidense no fue un proceso lineal, esto lo atestiguan sus confrontaciones fallidas con los movimientos de liberación nacional en Corea, Indochina, África del Sur (Congo, Angola, etc.), y el Caribe (Cuba). Asimismo, para inicios de los sesenta los EEUU habían desplazado a sus rivales europeos y los habían incorporado como aliados subordinados.

Los principales competidores de Washington por esferas de poder fueron la China comunista y la URSS con sus aliados, entre los que se encontraban estados satélites y movimientos revolucionarios en distintas partes del mundo.

Los éxitos obtenidos por los constructores del imperio estadounidense condujeron a la transformación de sus rivales comunistas y nacionalistas en competidores capitalistas emergentes. En pocas palabras, el ejercicio de la dominación de los EEUU llevó a la propia construcción de rivales capitalistas, especialmente China y Rusia.

Posteriormente, a raíz de las derrotas militares estadounidenses y las guerras prolongadas, poderes regionales proliferaron en el Oriente Medio, el Norte y Sur de África y América Latina. Bloques regionales compitieron con satélites de los EEUU por poder.

La diversificación de los centros de poder condujo a nuevas y costosas guerras. Washington perdió el control exclusivo de los mercados, recursos y alianzas. En este sentido, la competencia redujo las esferas de poder estadounidenses.

Frente a estas restricciones de su poder global, el régimen de Trump previó una estrategia para recobrar el dominio de su país –ignorando la capacidad limitada, y la estructura política, económica y de relaciones de clase de los EEUU–.

China absorbió la tecnología estadounidense y continuó creando nuevos avances sin seguir cada etapa previa.

Rusia se recuperó tanto de sus pérdidas como de sus sanciones y logró obtener relaciones comerciales alternativas para combatir los nuevos desafíos del imperio global estadounidense. Ante ello, el régimen de Trump emprendió una “guerra comercial permanente” sin aliados estables. Más aún, Trump falló en socavar la red de infraestructuras globales de China; así como Europa demandó y obtuvo autonomía para establecer acuerdos comerciales con China, Irán y Rusia.

Trump ha presionado a numerosos poderes regionales que han ignorado sus amenazas.

Los EEUU aún mantienen un poder global; sin embargo, a diferencia del pasado, carecen la base industrial para “hacer una América fuerte” (make strong America).* La industria está subordinada a las finanzas, así como las innovaciones tecnológicas tampoco están ligadas con la mano de obra calificada para incrementar la productividad.

Trump depende de las sanciones, aunque han fallado en socavar las influencias regionales. Las sanciones pueden reducir temporalmente el acceso a los mercados estadounidenses, pero se ha observado que nuevos socios comerciales toman su lugar.

Trump ha ganado regímenes satélites en América Latina, pero las ganancias son precarias y sujetas a ser anuladas.

Bajo el régimen de Trump, las grandes empresas y bancos han incrementado sus precios en la bolsa de valores y ha aumentado la tasa de crecimiento del PIB; sin embargo, Trump enfrenta una severa inestabilidad política interna y elevados niveles de incertidumbre entre las ramas de gobierno. Por privilegiar la lealtad sobre la competencia, los nombramientos de Trump han conducido a la creciente influencia de los funcionarios del gabinete, quienes buscan ejercer unilateralment el poder que los EEUU ya no tienen.

Elliot Abrams puede masacrar de manera impune a un cuarto de millón de centroamericanos, pero ha fracasado en imponer el poder estadounidense sobre Venezuela y Cuba. (Mike) Pompeo puede amenazar a Corea del Norte, Irán y China, pero estos países refuerzan sus alianzas con rivales y competidores de los EEUU. (John) Bolton puede promover los intereses de Israel, pero sus conversaciones tienen lugar en una cabina telefónica –carecen de resonancia entre cualquiera de las principales potencias–.

Por su parte, Trump ha ganado una elección presidencial, ha obtenido concesiones de algunos países, pero ha enajenado aliados regionales y diplomáticos. Afirma que está haciendo fuerte a los EEUU, pero ha socavado acuerdos comerciales multilaterales que son estratégicos y lucrativos.

El poder global estadounidense no ha prosperado con las tácticas intimidatorias. Los pronósticos sobre un solo poder han fracasado –requieren reconocer las limitaciones económicas reales y las pérdidas causadas por las guerras en las regiones–.