Jorge Fonseca* Ago 25 2020

 

Que las muertes no estropeen los beneficios de los superricos

Sería aventurado extrapolar ese 0,8% a nivel planetario (equivaldría a 64 millones de fallecidos en un año), pero de los datos se puede deducir que sin cuarentena hubiésemos tenido muchos millones de muertos por covid19 en el mundo. Una situación que ya anticipaba el informe de la OMS de septiembre de 2019, A World At Risk, que hablaba de 50 a 80 millones de muertos por una posible pandemia:

«Si bien la enfermedad siempre ha formado parte de la experiencia humana, una combinación de tendencias mundiales, que incluye la inseguridad y fenómenos meteorológicos extremos, ha incrementado el riesgo… y … el espectro de una emergencia sanitaria mundial se vislumbra peligrosamente en el horizonte.(…) nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la economía mundial. Una pandemia mundial de esa escala sería una catástrofe y desencadenaría caos, inestabilidad e inseguridad generalizada. El mundo no está preparado. (…).El mundo necesita establecer de forma proactiva los sistemas y compromiso necesarios para detectar y controlar posibles brotes epidemiológicos. … Ha llegado el momento de actuar… El mundo está en peligro, pero colectivamente tenemos las herramientas para salvar a las poblaciones y las economías. Lo que necesitamos es liderazgo y la voluntad de actuar con firmeza y eficacia.»

No hubo ni liderazgo ni voluntad ni preparación. Sí intereses. En un mundo dominado por las grandes potencias, donde EEUU es país hegemónico y el G7 virtual Consejo de Administración Global, era de esperar que fueran ellos quienes convocaran a organizar los sistemas de prevención ante la previsible pandemia. Pero el gobierno de Trump, estaba adscrito a la teoría conspirativa de QAnon, el grupo ultraderechista surgido cuando Steve Bannon era su asesor y le diseñó la estrategia que le llevó a la presidencia. Esta estrategia combina neoliberalismo (reducción de salarios y derechos) con chauvinismo corporativo (apoyo a las transnacionales «locales») e incluye el uso sistemático de fake news y lawfare. También una teoría conspirativa que sitúa a Bill Gates y George Soros como parte de una red que pretende dominar el mundo, ahora también con el virus. Como si estos millonarios, y otros como Bezos o Zuckerberg, sus empresas Microsoft, Google, Apple, Facebook, Amazon o BlackRock, no tuviesen ya un inmenso poder de dominación global, lo que les permite usar la pandemia –incluyendo la competencia por la vacuna- y el miedo que provoca para acrecentar fortunas y poder.

 

 

Generar odio y utilizarlo

 

Las políticas antiderechos practicadas por Trump y emuladores generan rabia y odio en los perjudicados. Bannon ha defendido abiertamente la idea que «el odio y la ira son motivadores», es cuestión de saber aprovecharlos, y con esa filosofía asesoró a líderes ultraderechistas de Europa, (Salvini de Italia, Le Pen de Francia, Orbán de Hungría, ideólogos de VOX de España), y de América Latina (Bolsonaro y otros), construyendo una auténtica «internacional del odio», que intenta desestabilizar gobiernos democráticos progresistas, con campañas de acoso –incluyendo asedio personal y familiar a sus miembros como está ocurriendo en España-, tratando de impedir políticas sociales y de imponer un orden social global que combina el neoliberalismo con elementos clásicos del fascismo. Sus «imanes» discursivos también atacan a movimientos igualitarios que unen a la humanidad en todo el mundo en contra del odio: al feminismo no solo porque defiende la igualdad de género sino porque sitúa los cuidados, la igualdad y los derechos humanos en el centro de la vida y de la economía, articulando al movimiento social que defiende servicios públicos, las pensiones o la renta ciudadana; el neoliberalfascismo ataca también al ecologismo, porque une globalmente a quienes luchan por un futuro para la humanidad y la naturaleza, lo que perjudica los intereses de las grandes corporaciones extractivistas; ataca a los movimientos antirracistas porque jaquean la pretensión supremacista de países hegemónicos con predominio de fenotipo «caucásico»; ataca la cultura, porque representa el goce, el pensamiento y la memoria, lo opuesto a su orden basado en la opresión y el miedo.

La «internacional del odio» ha convertido la pandemia en un arma neoliberal de destrucción, pues la negación de ella no solo justifica el mantenimiento normal de las actividades que son la fuente de sus beneficios, sino también la vulneración de la salud y los derechos de los trabajadores expuestos al virus; también la eliminación de parte de la población «improductiva», los mayores, con lo que se reduciría el gasto público en pensiones y sanidad, permitiendo la rebaja de impuestos a las rentas del capital. Mientras recrudece la pandemia, y nos hacen discutir sobre las mascarillas, el odio cotiza en los mercados y aumenta beneficios de los más ricos.

*Profesor de Economía Internacional y miembro del Consejo Científico de ATTAC.

(Conclusión del artículo del mismo título)