Tryno Maldonado

Mi nombre es Mario González, papá de César Manuel González, originario de Huamantla, Tlaxcala. Soy soldador. Mi vida ha cambiado mucho. Te cambian de un estado a otro. De un momento a otro. Y con el dolor que lleva uno... Cambia tu vida radicalmente. Todo, todo. Ya no tienes ilusiones. Simplemente ya estás sobreviviendo para encontrar al hijo.

Cuando llegué a Ayotzinapa y vi a los policías comunitario. Los ves todos armados y te espantas. Dices: “¿Pues qué está pasando? ¿Dónde está mi hijo, dónde fue a caer?”. Pero con el transcurso del tiempo te das cuenta de que a muchos chamaquitos la necesidad los orilla a eso: a aguantar tanta injusticia, aguantar hambres, muchas cosas. Te vuelves un poco más humano, más consciente de la situación del país. Yo le estuve hablando toda la noche. Diecinueve llamadas en el transcurso de la noche. Ya que nos avisaron en la mañana hablé con mi compadre. A las 10 y media salimos de Huamantla. Así nomás de cerrar la casa y salirte. Con la ropa que llevaba. Nomás. Conseguí un poco de dinero para irnos. Tu vida y tu familia cambia mucho. Imagínate. En cuatro años y cuatro meses no habíamos regresado a la casa. No se había abierto desde ese entonces. Dijimos: “¿Ora cómo le hacemos?”. Toda tu familia nada más está pensando en el muchacho. Cuando me vine llevaba cuatro años de no ver a mis hijas. Y cuatro años de no ver al muchacho. Exactamente a los cuatro años y cuatro meses tuvimos que ir abrir la casa porque ya se estaba cayendo el techo. Estaba escurriéndose. Los ratones ya se habían comido las camas y la ropa. Los muebles de la cocina se echaron a perder porque ahí caía el agua. Se oxidó todo. El refrigerador quedó con comida. Todo quedó inservible. Está vacía ya la casa. Tiramos todo. Aquí no hay tiempo para hacerse la víctima. Aquí el tiempo debe ser para seguir luchando y encontrar a los muchachos. Eso es lo que nos ha mantenido sobreviviendo. Es lo que nos da la fortaleza. Hemos caminado mucho, hemos viajado mucho, hemos gritado mucho. Eso te da pensamientos distintos a los de las víctimas. Aquí no es de estarse quieto y estar llorando. Tu llanto se debe convertir en coraje para reclamarle al que tienes que reclamarle. Si lo vas a apedrear, pues a apedrearlo. Pero ese debe ser tu llanto. Claro, llega el momento en que sí te quiebras. Es ahí donde entra la parte más noble de todos los que nos acompañan: nos levantan.


Cuando tienes enfrente a los militares tienes ganas de agarrarlos y hasta de pegarles para que te digan dónde están los chavos. Es una rabia, un coraje de ver el silencio de todas esas personas que no se apiadan de uno que está sufriendo un resto. Pero a veces es comprensible: esos soldados también vienen de abajo. Lo único que tienen son sus convicciones para vendérselas al mando de arriba. Como padre que no encuentra a su hijo puedo decir que no puedes canalizar ni puedes controlar tu enojo. Ese odio te lleva a pensar cosas muy malas. Hasta hacer cosas que nunca has hecho. Esos hijos de la chingada en el poder tenían que habernos dicho las cosas como son. Si no debes nada, dilo, no te escondas. Tampoco están exentos. No porque hayamos entrado al Batallón 27 de Iguala cinco años después y nos hayan enseñado un batallón recién pintado, todo arreglado, no quiere decir que no sepamos que hubo soldados en vigilancia, vigilando a nuestros hijos, sacándoles fotografías y varios en otros momentos (de los ataques a los normalistas, asesinatos y las desapariciones forzadas). Y el coraje de nosotros es muy grande contra ellos. Hasta la fecha, a cinco años, no han tomado el valor civil de decir: “¿Saben qué? Pasó esto, y yo vi esto y tengo esta información. Fuimos nosotros”. Pero son tan cobardes que se escudan en un uniforme. Los militares y todas las policías. Al principio se nos abrió un poco de esperanza y se la depositamos tal vez al presidente. Hasta cierto punto ha cumplido con el decreto presidencial y la comisión para la verdad. En el discurso sí está bien. Pero desafortunadamente llevan 11 meses. Once meses y no tenemos nada. El presidente y Encinas se pronuncian donde quiera que están. Pero hay instituciones que no quieren jalar al parejo. Están poniendo obstáculos. Carajo, se les dijo desde el mes dos: “Tengan cuidado, van a salir. Están por salir unos presos importantes para el caso. Hagan lo que sea necesario para enderezar esas investigaciones”. Y desafortunadamente lo desatendieron. Y ahí están las consecuencias con los 24 implicados que salieron. Y no sabemos cuántos más van a salir en estos días. ¡Carajo! Se los dijimos desde el principio.


No creo poder quedarme en mi casa y estar llorando, sino buscar de lleno a mi hijo. No importa que se pierda lo que se tenga que perder, como la casa. Ni importa llegar hasta donde se tenga que llegar. Cualquier padre del mundo haría lo mismo que yo.