Sacaron uno por uno a los cuatro de sus celdas. Seguían vendados de los ojos. Cuando llegaron a su encierro no se percataron cuántos lo rodeaban, qué tan numerosa era la escolta. Oyeron cuando se abrían cerrojos. Para ellos todo estaba oscuro, era como si fueran ciegos y no tuvieran manos para tentar los objetos de su alrededor. Sin embargo, su mente se mantenía alerta, despierta, a la expectativa esperando cualquier cosa. Vivían en la incertidumbre permanente. Sabían o intuían que algo iba a pasar pero no determinaban que era, que nueva prueba tendrían que pasar.
Cerca de las 7 de la mañana, un par de agentes de la Brigada Blanca saca a Sofonías, los demás tendrán que esperar su turno. ¿Qué era lo más difícil de superar, la propia tortura que se aguantaba hasta donde se podía antes de decir algo o los gritos de agonía de sus hermanos de lucha? ¿Qué hacer? ¿Qué decir? ¿Cómo proteger a sus compañeros?
Es introducido a un cuarto que será usado turno tras turno para interrogar a los cuatro. Lo desnudan. Sofonías, al llegar al cuarto que es usado para los interrogatorios, es empujado por la espalda, pierde el equilibrio pues le toma desprevenido el violento empujón. Cae al piso. Se impacta su cara con el suelo, pues está esposado a la espalda. No le dejan que se recupere. Inmediatamente comienza a sentir las patadas que le golpean la espalda, cara, torso, nariz, boca, estómago, brazos, testículos, piernas. ¿Cuánto daño se puede infringir a una persona en poco tiempo cuando esta no puede defenderse?
No necesitan muchas cosas para infringir el mayor daño y sufrimiento posible. El cuarto solamente tiene una mesa donde por lo general atan a la persona durante los interrogatorios y una pileta de agua para meter básicamente la cabeza
Dos horas más tarde lo traen sumamente golpeado a las celdas donde se encuentran sus compañeros. Durante ese tiempo, cada que lo golpeaban y sus compañeros escuchaban sus gritos de dolor. Siguieron con Domingo. Lo obligaron a hincarse. Por cada pregunta que no contestaba le propinaban dos o tres puntapiés en el estómago y pecho. Le realizaron simulacros de violación; le pellizcaron las tetillas; le golpearon las piernas.
Cuando Domingo ya no podía sostenerse más que con un pie, lo recargaron en una pared para que pudiera seguir de pie recibiendo golpes. Le siguieron dando de patadas en las piernas hasta que no pudo ponerse de pie. Entonces se subían en sus piernas para provocarle más dolor. Le golpearon la cabeza contra la pared llegando a perder el conocimiento por unos instantes.
Después de tres o cuatro horas de interrogatorio, lo regresaron al cuarto arrastrándolo. En su lugar sacan a Salvador y más tarde a Benjamín. Uno y otro para ser interrogadores sistemáticamente. Los tormentos continúan durante las siguientes horas. Después, los siguieron sacando a uno y otro para hacerles algunas preguntas y luego los regresaban a la celda.
Esa tarde, los fueron sacando de uno por uno para rendir una declaración. A Domingo le señalan explícitamente:
- “Mientras no nos firmes ninguna declaración no podemos presentarte ante ninguna autoridad y seguirás en calidad de desaparecido”.
Son forzados a realizar un declaración incriminatoria, desfavorable y condenatoria para ellos.
Ante cualquier dato que les preguntaban y contestaban que no están seguros, los golpeaban en la parte del cuerpo donde más se habían ensañado sus torturadores, incrementando los dolores. A tal punto que sus contestaciones tenían que ser afirmativas aun cuando no estuvieran seguros o no supieran.
Solamente para f irmar les ret iraron momentáneamente las vendas que cerraban sus ojos. Entonces les sujetaron la cabeza, los agarraban de los cabellos y acercaban las caras a las hojas para que las firmaran. Les acercaban tanto la cara que les era sumamente difícil firmar, pues los ojos no dejaban de llorar por tenerlos vendados tanto tiempo y la proximidad de las hojas blancas que lastimaban su vista. Por ello no vieron el rostro de ninguno de sus torturadores. Solo a Sofonías no le tomaron declaración ya que se encontraba muy mal como resultado de los golpes. Desde la mañana había dejado de comer, luego de la tortura tenía mucha sed y no podía orinar.
La sesión de interrogatorio contra Sofonías había sido muy violenta, salvaje e intensa. Desde temprano se quejaba de fuertes dolores y calambres en el estómago. No les importó su estado a los agentes.
- Necesito un médico, me siento muy mal, necesito ayuda, gritaba, suplicaba Sofonías.
Sus compañeros de cautiverio lo oían, se desesperaban por no poder darle ningún consuelo a su hermano de lucha.
- Cállate, no sea chillón.
Por toda respuesta volvían a patearlo y golpearlo. Sin embargo, el dolor no disminuía.
Por la tarde se agravó su situación de salud.
- Hagan algo con este llorón. ¡Que se calle!, ordenó el comandante.
Los agentes no atinaron qué hacer. Uno de ellos consiguió quien sabe de dónde un par de aspirinas, y se las dieron a Sofonías. Como a las 8:30 p.m. Sofonías perdió el conocimiento, habían pasado como tres minutos que los agentes le habían dado a tomar una aspirina. Fue todo el apoyo médico que le dieron, a pesar que desde la mañana les habían estado diciendo a los torturados que ya habían ido a llamar un médico, el cual nunca llegó.
Sin saber qué hacer los agentes le quitan las esposas y las vendas de los ojos a Domingo, quien para esas alturas se ha ganado el reconocimiento de todos como el líder indiscutido, sin embargo, se encuentra muy golpeado para poder ayudar.
- Hermano por favor orina en un vaso para tener qué tomar porque tengo mucha sed, suplicaba Sofonías. Los guardias se habían negado todo el día a llevar un médico para revisarlo, ni querían darle agua.
A las 8 de la noche, Sofonías sufre su primer desvanecimiento. Los guardias no saben qué hacer, no están preparados para estos casos. Van por Domingo, prácticamente lo llevan arrastrando, como un bulto pesado pues lo han golpeado tanto, en particular en las piernas, que no puede caminar ni ponerse de pie.
Le quitan la venda de los ojos y las esposas. Lo sueltan, cae de rodillas y con muchos esfuerzos logra arrodillarse.
- Vamos no pierdas tu tiempo, dale respiración de boca a boca, sálvale la vida a tu compañero-, le exigen al joven.
¿Cuántos momentos felices compartimos en la vida? ¿Cuántos sueños dejamos inacabados? ¿Cuántas cosas te quise decir y que ahora ya no podré decirlas jamás? Le pregunta con la mente.
Ve el cuerpo inerme e hinchado, le cuesta trabajo reconocer a su amigo. Se acerca, trata de darle los primero auxilios, pero cada intento que hace por pararse fracasa estrepitosamente, pues le es imposible pararse por el grave daño que tienen sus piernas.
Las guardias llevan a Benjamín para sustituir a Domingo.
Benjamín le da respiración a Sofonías.
- Vamos, no me abandones, échale ganas-, le dice frenéticamente, haciendo todo su mejor esfuerzo.
Sin embargo, ya no reacciona. Todos sus esfuerzos fracasan. Su cuerpo deja de respirar.
¿Cuál había sido su crimen que lo había llevado a morir a consecuencia de los golpes de los agentes de la policía?
Lo consideraban un “sospechoso”, un peligroso delincuente, un subversivo marxista-leninista, cuyo crimen consistía difundir propaganda (un periódico). En los hechos, nunca le comprobaron ninguno de sus supuestos crimenes. Fue detenido, encarcelado, torturado, ejecutado y su cuerpo desaparecido. La justicia del más fuerte se volvía a imponer.
Cuando los guardias se dan cuenta de su muerte lo sacan de inmediato del cuarto de tortura y lo arrojan sobre una mesa que usaban como escritorio y como instrumento de tortura. En medio de la confusión del momento, los desaparecidos se dan cuenta que los agentes levantan una acta apócrifa para justificar el asesinato del joven. Según ese documento, cuando Sofonías era llevado al baño, intentó huir y resbaló golpeándose en la nuca y eso le causó la muerte instantánea. Desde luego, como el Estado no se responsabiliza nunca de su detención nunca respondió por el crimen.
Sacan el cuerpo de Sofonías del cuarto. Media hora después lo mismo sucede con los sobrevivientes. Los suben a un automóvil; son acostados boca abajo, uno encima del otro, Benjamín, Salvador y Domingo. Salvador, quien se encuentra en el piso del vehículo, ve a Sofonías sin camisa, sin conocimiento, tirado en el piso, atrás de donde iban sus compañeros.
Después de 30 minutos de camino, llegan a otra cárcel clandestina subterránea. Es el Campo Militar No. 1. La zona donde están detenidos permanentemente los desaparecidos políticos. Cada uno es metido en una celda pequeña. Desde entonces no vuelven a saber de Sofonías.
Tomado del libro de próxima publicación:
Alberto Guillermo López Limón, “Recuerdos de vida y esperanza (una experiencia marina) 1976-1981”